martes, 21 de octubre de 2014

Darle lugar al dolor

Volví, después de más de un mes donde pasó todo un torbellino por mi vida. Por fín logré el tan ansiado deseo de mudarme, y mis hijos y yo nos fuimos a vivir a otra casa. De eso ya hace un mes.
Entre la mudanza, acomodar todo, muebles, ropa, libros (8 cajas en total), etc, también estuvimos todo ese mes sin internet ni televisión ni radio ni teléfono! Fue un gran desafío para esta mamá soltera con dos hijos.. gracias a que tengo mi amada biblioteca y un pase que me permite pedir en préstamo gran cantidad de películas en dvd, cd's y libros que lo pasamos lo mejor que pudimos.


Por un lado mucha gente me decía, ah bueno, pero no te podés quejar, ya tenés tu lugar (no saben lo que me costaron todos los trámites).. pero aunque no lo crean, hoy en día uno se siente muy aislado cuando no puede contactarse con sus amigos y familia, sobre todo cuando vive lejos.
Y casi todo, al menos en este país, se realiza online. Desde pagos desde tu cuenta de banco, búsqueda de información, trámites de todo tipo, etc. Teniendo un teléfono con servicio de internet se convirtió en un gran peligro.. intenté lo más que pude usarlo lo menos posible.. pero aquí estamos, vivitos y coleando.

En el mes que estuve prácticamente desconectada, hubo momentos en que me sentí muy sola. No sólo empezaba una nueva fase en mi vida, sentí mucho stress y me sentí muy alejada de todo. No puedo quejarme de la falta de comfort, aunque me faltan cosas para estar mejor, pero sí en el sentido único de estar completamente sola. Remando hacia adelante, porque es el único camino que hay, y aun teniendo a mis hijos a mi lado, sentí la gran necesidad de mantenerme fuerte ante toda circunstancia interna.

Igualmente, por dentro me sentía hecha pedazos también. Los primeros días no acusé recibo, tenía tanto por hacer que cuando me iba a dormir, lo hacía de un tirón de lo cansada que estaba.
Pero con el correr de los días, encontrando un lugar para cada cosa y cada objeto, empecé a sentir un vacío, como un nudo dentro del estómago.
Y no sólo se trataba del hecho de estar sola, como mamá y como mujer.. también como persona. Como ser humano. Por un lado sentía un gran alivio. Por fin podía tomar mis propias decisiones y hacer las cosas a mi manera.
Pero muy dentro de mí aun sentía un gran enojo. Un gran dolor.
Y con los apuros de la mudanza, y el correr de aquí para allá, de un lado al otro, queriendo tener la casa impecable, los chicos alimentados y felices, empecé a sentir una gran desazón. Me costaba encontrar tiempo para mí misma. Para relajarme, para simplemente tomarme un rato y no hacer nada. Todo el tiempo me inventaba excusas para arreglar esto o aquello, mantenerme ocupada.

Y, creo que evitaba hacerlo por miedo a confrontar este vacío, este dolor que ya venía acarreando desde hace mucho tiempo.

Porque separarse de una pareja, cuando uno creyó que sería para toda la vida, teniendo hijos en común, adaptándose a los cambios a pesar de las vueltas de la vida, es muy duro. Y doloroso también. Cuesta dejar todo atrás, no sólo la casa que uno creyó que tendría hasta el último día de su vida, junto a la otra persona, si no más que nada el proyecto de vida en común que ya no existe.

Durante el tiempo en que estuve viviendo dentro de la situación, en ningún momento me puse a pensar en  todo esto. Lo vital era salir de la situación, y lo más pronto posible. No fue fácil, llevó mucho tiempo, energía y esfuerzo.
Mientras estaba haciendo los mil malabares para salir adelante, buscando la ayuda apropiada, tramitando lo que necesitaba y poniendo toda mi energía en seguir adelante a pesar de todo, en ningún momento se me ocurrió pensar en el dolor que me causaba el fin del amor. No me detuve a pensar, ni a llorar. Estaba bloqueada.

Creo que al igual que uno necesita darle lugar a sus objetos, también hay que darle un espacio a los sentimientos. Sobre todo a los dolorosos. Porque, aun siendo éste un momento de cambio, todo tiene que quedar en algún lado.

Hace unos días alguien me preguntaba si se había acabado el amor. Y lo pensé muy detenidamente. Creo que el amor no muere. Creo que el amor, cuando se le da el lugar apropiado, sigue existiendo, quizás de otra forma, con otro sentido. Aun esa relación haya sido triste, imposible, terrible.. aun en las peores condiciones, el amor está vivo en algún lugar.
Lo que pasa es que cuando el dolor entra en escena es muy difícil no sentirse herido. Tiene que ver mucho con el orgullo propio, con una necesidad infantil de ser querido, de no sentirse abandonado. Por supuesto hay casos y casos, y no es mi intención desarrollar una teoría al respecto. Hablo desde mi experiencia, humildemente, porque es lo único que conozco y sé.
Si el dolor sigue en el aire, ese enojo ante el otro, ese no dejar ir, nos ata. No lo dejamos ir, justamente porque nos duele que nos hayan herido, porque nos duele el fracaso, nos duele que nuestras ilusiones se hayan hecho pedazos. Y además, ahí están nuestros hijos, fruto del amor o las circunstancias, recordándonos cada día a la otra persona. A esa persona que quisiéramos ver bien lejos, o no ver más.

Creo que el dolor es una presencia casi física, que se siente tanto en el cuerpo como en el alma. Nos desgasta, nos ata, nos carcome por dentro.
Al darle un lugar, le damos la autorización a ser. No lo negamos, no lo condenamos. Lo aceptamos por lo que es. Aun con todo el dolor de nuestro corazón. Lo confrontamos por lo que es. Y lo soltamos. Lo dejamos ir.

En estos días tuve momentos de sentirme fuera de control. Además de enojo, sentía mucha rabia. Me sentía sola, agotada, estresada.. muy irritada.. después tuve una noche que salí con amigos, a bailar, a pasarla bien. Y en algún momento, aun pasándolo bien, entretenida, con mis pensamientos ajenos al mundo, disfrutando del momento, tuve algo así como una revelación.

De repente sentí ese dolor, tan poderoso, tan presente. Y lo entendí todo. Entendí mi enojo, mi stress, mi irritación. Entendí por qué me sentía como me sentía, lo que venía arrastrando, lo que, en definitiva, no dejaba ir.

Fue un momento casi mágico. Y cuando volví en mí misma, sentí la importancia de darle a ese dolor el lugar que se merecía. Y no seguir escapando en pos de nuevas sensaciones, aventuras y distracciones.

Uno siempre tiene miedo a liberar lo que siente. Porque no sabe el efecto que pueda producirnos. Porque espera que todo sea lindo, mágico, bueno. Pero la vida es eso y más. Es todo yin y yang. Hay luz y hay sombra. Abrazar la sombra, el dolor, lo que no queremos ver es parte de lo que somos. Es descubrir quiénes somos realmente, aceptarlo. Porque una vez que logramos eso, podemos dar el próximo paso.. dejarlo ir. Liberarlo. Y seguir construyendo nuestra vida desde otro lugar, otra base. Mucho más sana, más pura, más libre.

Darle lugar al dolor no es algo que pasa de un día al otro. Es un proceso. Conlleva tiempo y reflexión. Y sobre todo, mucha, mucha compasión por uno mismo. Al fin de cuentas, los errores no son errores propios porque sí, son intentos, fallidos o no, debido a las circunstancias o a lo que fuera (siempre es más fácil echarle la culpa al otro y olvidarse que uno también formó parte de esa relación). Sin ellos no podríamos crecer.

En eso estoy. Dándole lugar al dolor en mi vida y construyendo en pos de una nueva. Más plena, más libre, más mía.

Y sí, el tiempo lo cura todo. Pero la acción sale desde cada uno de nosotros.
El amor, siempre es más fuerte.

2 comentarios:

Leticia Muijen-Rdz dijo...

Gracias por compartir tus sentimientos, además de tus palabras. Se requiere mucha fuerza para pasar lo que estás pasando y mucha madurez para reconocerlo como tú lo estas haciendo. Con esa fuerza y madurez, no puedo pensar mas que lo que viene para tí al pasar esta racha, será logro, satisfacción, felicidad. Abrazo solidario, adelante!

Unknown dijo...

Muchas gracias Leticia por tus cálidas palabras :) Un fuerte abrazo!